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jueves, 28 de julio de 2011

Imagen del cuartel de la Guardia Civil y del Paseo, en los años de la República.


FRANCISCO EXPÓSITO. 28 DE JULIO DE 2011
Desde hacía meses había ruido de cuarteles, aunque todo comenzó a tomar forma tras las elecciones de febrero de 1936 que dieron un inesperado triunfo al Frente Popular. Entre los estamentos religiosos se clamaba por un cambio de régimen, al igual que en los partidos de la derecha. Por eso no sorprendió el movimiento iniciado en África el 17 de julio. El teniente de la Guardia Civil del puesto de la localidad se había preparado concienzudamente para la rebelión con el apoyo de algunos baenenses. Lo que no pensaron los militares es que la guerra civil duraría casi tres años. La ola de terror se extendió a la zona nacional y a la republicana.
Tras una semana de enfrentamientos entre las fuerzas dirigidas por el teniente de la guardia civil, Pascual Sánchez, y los defensores de la República, se adoptó la decisión de tomar Baena. Los camiones requisados se concentraron en el Paseo de la Victoria de Córdoba el 27 de julio y después fueron llevados a la Escuela de Veterinaria, frente al cuartel de Artillería. Al día siguiente se había formado una “fuerte columna” con el objetivo de “pacificar” varios pueblos. En las primeras horas de la mañana de ese martes, cuando eran las cinco y media de la mañana, salió la columna dirigida por Eduardo Sáenz de Buruaga.

Dos represores de Baena
En los crímenes que se cometieron en una de las jornadas más tristes de la historia de la localidad tuvieron gran parte de responsabilidad dos personas: Pascual Sánchez y Eduardo Sáenz de Buruaga. La irresponsabilidad de Sáenz de Buruaga, premiada después por los ayuntamientos franquistas pese a que su dejadez provocó la muerte de decenas de personas en el asilo y permitió que sanguinarios miembros de la columna sembraran el terror y la muerte desde que entraron en Baena y comenzaron a subir hasta el Paseo. No hay calificativos para definir la actuación de Pascual Sánchez, la sed de venganza y su falta de escrúpulos, que lo convirtieron en uno de los primeros grandes represores del franquismo.
La primera decisión de Pascual Sánchez antes de que se produjera el golpe militar fue enviar a su familia a Ceuta. Había que evitar cualquier riesgo para sus más allegados. Después se produjo su rápida adhesión al levantamiento, asumió el control de la casa del pueblo y se apropió del libro de afiliados. Al día siguiente, 19 de julio, dictó un bando de guerra y se iniciaron los enfrentamientos entre los defensores del régimen democrático y los partidarios del golpe de estado.
El último libro de Paul Preston, El holocausto español (Debate, Barcelona, 2011), dedica cuatro páginas a la ocupación y represión de Baena, tomando como base las investigaciones de Moreno Gómez y Arcángel Bedmar. El reconocido historiador británico considera que “los sucesos de Baena encajan a la perfección en la concepción global que animaba el alzamiento militar”, que pretendía, como decía Pemán, la “quema de rastrojos para dejar abonada la tierra de la cosecha nueva”.
La injustificación y falta de rigor con la que actuaron los militares la llegó a cuestionar el teniente Fernando Rivas cuando escribió en 1972 su reportaje “La defensa de Baena” (Revista de Estudios Históricos de la Guardia Civil, número 9). “La fuerza liberadora conducía hacia la plaza central a cualquiera que encontrara con un arma o por cualquier circunstancia despertara sospechas. Aquella misma tarde, en la propia plaza, fueron ejecutados los que se creían responsables principales. Es indudable que se cometieron precipitaciones e injusticias, pues bastaba la más leve acusación por parte de un defensor para que se disparara contra el acusado”. El odio y la injusticia se extendieron por Baena.
Como ya hiciera en La guerra civil en Córdoba (1936-1939), Editorial Alpuerto, Madrid, 1985), Moreno Gómez incluyó el relato de un guardia de carabineros que venía con la columna de Buruaga y participó en la toma de Baena. Se trataba de Juan Martínez Imbern, que relacionó gran parte de los crímenes cometidos en el Paseo con Pascual Sánchez Ramírez: “Se oyó un disparo y fue el teniente de la guardia civil que disparó sobre la cabeza de uno de los tendidos. Apuntó a otro y volvió a disparar. El guardia de asalto imitaba al teniente. El periodista me dijo que era el teniente de Baena y que había estado varios días sitiado en el cuartel y que se estaba vengando de los marxistas (...). Al volver a la plaza, la mayor parte de los tendidos estaban sin vida y el teniente y el guardia de asalto continuaban tirando sobre las cabezas. Estaban tan ocupados que no se daban cuenta de lo que pasaba a su alrededor, y en un momento dado el teniente y el guardia se tropezaron el uno con el otro. El teniente le dijo: “le prohíbo que dispare un tiro más. Soy yo quien tiene que disparar”.
En los años cuarenta, Eduardo Sáenz de Buruaga recibió la medalla de oro “en méritos a los comportamientos como jefe de los paisanos y guardia civil que defendieron heroicamente la ciudad de los ataques hechos por los rojos que intentaron apoderarse de la plaza”, se le rotuló el nombre de una plaza y fue invitado a celebraciones como la feria de octubre. Pascual Sánchez Ramírez recibió también la medalla de la ciudad, aunque en la categoría de plata. Precisamente, un hijo de Pascual Sánchez, también llamado Pascual, intentó que esa medalla de la ciudad le fuera entregada a él, aunque el Ayuntamiento rechazó su petición en 1972. Mientras que algunos exigían reconocimientos por lo que sucedió en el Paseo, las centenares de personas que perecieron allí no recibieron ninguna distinción, sólo el olvido de la dictadura franquista y la represión que sufrieron muchos de sus familiares en los años siguientes. Setenta y cinco años después no se ha producido ningún reconocimiento oficial.

El asilo
Mientras Sáenz de Buruaga permitía los crímenes de Pascual Sánchez, el terror se trasladaba al convento en la tarde-noche de esa jornada. El lamentable error táctico de ambos tuvieron que callarlo durante décadas familiares de las 81 víctimas que se encontró la “columna pacificadora” al “liberar” San Francisco. Emilia Gieb, que perdió a un hermano en el asilo, recuerda la preocupación que existía entre las familias que tenían apresados en el convento:
“Mi madre se dirigió a los militares y les preguntó angustiada:
-Y San Francisco, ¿cuándo?
-Mañana, señora, le respondieron.
-Pues mañana allí no habrá ya nada que hacer, fue la contestación de mi madre”.
Esa despreocupación de la columna no justifica, en ningún momento, la sed de venganza que se produjo en el convento y que se encargaron de ejecutar los que decían defender la República, convirtiéndose en deshumanizados que asesinaron indiscriminadamente a hombres y mujeres por ser de derechas, a mujeres y niños por ser familia de ellos. Frente a los casi anónimos baenenses que murieron en la plaza, en el asilo se supo desde el primer momento quiénes fueron las víctimas, no solo por los homenajes que ya se iniciaron un año después, sino porque se encontraban conocidos dirigentes de la cultura, la economía y la política locales. Los periodistas Manuel Piedrahita Ruiz y Ramón de Prado Santaella, el promotor del periódico Todos, ex alcalde y reconocido judío de la cola negra, José Gan o los curas Pablo Brull y Rafael Contreras estaban entre los asesinados.
Solo tres días después de los crímenes de los golpistas y de los marxistas, el periódico El Defensor de Córdoba describía lo sucedido: “Baena es una ciudad que siempre fue alegre y tranquila, ciudad que hasta hace pocos años pudo presentarse como modelo. Las doctrinas marxistas envenenaron a los hijos de este pueblo y ese veneno ha quedado patente estos días”. El artículo, que se aleja del rigor histórico, da a entender que la columna actuó tras los sucesos del asilo: “Regulares, tercio y asalto penetraron en el pueblo, desplegando en guerrilla, y los criminales, los salvajes asesinos huyeron cuanto podían. Se detuvo a buen número con las armas en la mano y se cumplió en ellos la justicia”. En ese primer artículo de los hechos del 28 de julio se nombran a algunas de las víctimas del asilo, aunque no se identifica a ninguno de los que murieron en el Paseo. También se obvió en los periódicos republicanos de la época lo que pasó en el asilo.
Setenta y cinco años después, Baena sigue tratando de superar lo ocurrido esa jornada. Lejos de discursos enfrentados, el 28 de julio debería convertirse en la jornada de la reconciliación, de la memoria histórica de todos, porque todos sufrieron las consecuencias del golpe de estado militar. Centenares de familias callaron la ignominia de la sinrazón. Reaparecen cada cierto tiempo quienes exaltan los extremismos de la derecha o de la izquierda y se olvidan de que más que cifras lo que hubo fueron dramas familiares. Y más en un pueblo en el que todos se conocían En la misma placa, a la misma altura, debieran aparecer los fallecidos de los dos bandos, aunque los asesinados en San Francisco fueran recordados durante todo el franquismo. Hasta que no suceda esto seguiremos fragmentando la realidad, confeccionando un discurso incompleto y mantenedor de una visión divisionaria, creando categorías con el recuerdo de los fallecidos.