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martes, 20 de diciembre de 2011



La restauración de Jesús Nazareno

FRANCISCO EXPÓSITO. DICIEMBRE DE 2011
Hace ahora 20 años se ponía fin a una leyenda que había adquirido realidad tras la publicación de la Historia de la Villa de Baena (1903), de Francisco Valverde y Perales. Siendo hermano mayor Felipe Calderón se aprobó restaurar la imagen titular de la cofradía de Jesús Nazareno para tratar de frenar el grave deterioro que sufría tras el paso de los siglos y desiguales procesos de tratamiento que se habían realizado. Sin embargo, cuando se decidió que Miguel Ángel Pérez fuera el restaurador de la devota imagen nadie pensó que, desde entonces, surgiría un debate que se mantuvo durante años, no solo por el resultado final del trabajo, sino también porque la localización de un pequeño documento en su interior cuestionaría el origen al que se vinculó la escultura.
Lo que hubiera pasado casi inadvertido se convirtió en un acontecimiento que acabó con la historia de la procedencia italiana de la cabeza, aunque algunos baenenses aún la mantienen y vinculan la autoría que en 1991 se otorgó a Miguel de Perea solamente al cuerpo de la talla. Pero no solo quedó ahí la polémica, pues el resultado final no contentó a todos los baenenses, que vieron cómo, tras el citado proceso de recuperación, Jesús había perdido la “mirada profunda” con la que observaba a los baenenses cada Semana Santa o los que visitaban al Nazareno en la iglesia de San Francisco.
Algún cofrade trataba de justificar en la revista Cabildo de 1992 esa extraña impresión que había quedado en Baena: “Como tantos otros muchos baenenses me apresuré a bajar a San Francisco para contemplar, llena de regocijo, nuestra querida imagen. Pude observar entonces entre los allí asistentes alegría y satisfacción por el excelente trabajo de restauración llevado a cabo por el citado restaurador, Miguel Ángel; pero al mismo tiempo captaba cómo una sensación de extrañeza nos invadía. ¿Le falta algo? Era el pensamiento que en voz baja apenas nos atrevíamos a pronunciar”. Ese desconcierto inicial lo vinculó la autora del artículo, Chelo Guijarro, a la ausencia de la corona de espinas, aunque a medida que fueron pasando los días surgieron las voces discordantes que, con la llegada de los emigrantes, se extendieron. En la publicación de la Agrupación de Cofradías de 1993 se destacaba, en una escueta frase, el debate que se había generado: “A la salida de Jesús hay división de opiniones y se oyen voces de “Jesús con la corona”. Tampoco fue muy afortunada la afirmación que hizo el restaurador en la citada revista ese año cuando se refirió al resto de tallas que acompañaban al Nazareno en su camarín: “Asimismo sería necesario preparar las imágenes que comparten dicha capilla, de aspecto casi fallero, no ya desde el punto estético, que deja mucho que desear al encontrarse al lado de una imagen de la categoría que nos ocupa, sino que además estarán contagiadas del mismo mal que presentaba la figura de Jesús”.

UNA DIFÍCIL DECISIÓN
La decisión de trasladar la imagen a Sevilla no fue fácil, aunque las condiciones en las que se encontraba Jesús Nazareno instaban a que se procediera con urgencia. “La carcoma había dañado seriamente algunas partes del cuerpo y las manos también presentaban un estado lamentable; el resto de la escultura se hallaba prácticamente en buen estado (...)”, recogía el periódico Comenzamos en su número cero de septiembre de 1991. Esa misma publicación mensual incluía lo que supuso para muchos baenenses el traslado de Jesús y cómo se produjo, el 21 de septiembre, a las 5.30 de la mañana: “Tras ser colocada cuidadosamente en su embalaje, los asistentes rezaron una oración sencilla, la misma que Cristo nos enseñó, y las lágrimas de emoción rodaron por las mejillas de cuantos allí estuvieron. Eran las cinco y media de la mañana cuando la pequeña caravana compuesta por el furgón que portaba la preciada carga y por algunos automóviles en los que viajaban los directivos y personas antes mencionadas, tomaba el camino de Sevilla; las calles de Baena seguían dormidas en el silencio y mientras los viajeros se perdían entre las curvas de la carretera, la torre de Santa María la Mayor parecía atisbar su partida por encima de los olivares...”.
La historiadora María Jesús Jáuregui, casada con el citado restaurador, advirtió del mal estado en el que se encontraba la talla en un artículo que publicó en la revista Cabildo (1993): “En lo concerniente a la restauración se ha recobrado la policromía primitiva totalmente tapada por gran cantidad de repintes que se aprecian a simple vista, pero que para mayor seguridad fue sometida a los rayos X y a la lámpara de infrarrojos. Las manos y los pies se hallaban totalmente desfigurados bajo capas de yeso y pintura, teniendo que ser reconstruidos en parte”. Pocos días después de su traslado a Sevilla, el Diario Córdoba publicaba, en su edición del 7 de octubre, la noticia que menos se esperaba cuando se decidió restaurar la imagen. Antonio Varo, especialista semanasantero del citado periódico en aquellos años, informaba de la aparición de un pequeño documento en el que se pudo interpretar quién era el autor de Jesús Nazareno. “El escultor Miguel Ángel Pérez identifica la autoría del Nazareno de Baena”, titulaba el citado diario en un breve artículo que luego se amplió en la edición dominical: “La imagen de Nuestro Padre Jesús Nazareno de Baena fue realizada en los primeros años del siglo XVIII por el artista sevillano Miguel de Perea, hijo y nieto de artistas; su padre fue discípulo del imaginero tardobarroco Pedro Roldán (...). El descubrimiento ha sido realizado por el escultor Miguel Ángel Pérez Fernández, que en la actualidad está restaurando la venerada imagen en Sevilla; una pequeña inscripción conservaba en la cámara de aire de la escultura, a la altura del pecho, ha deparado el nombre del autor del Nazareno de Baena, que hasta ahora se consideraba como obra anónima”. El cronista del periódico cordobés informó el 13 de octubre de las personas que asistieron a la reunión celebrada en Córdoba para comunicar la sorprendente noticia: “A mediodía del pasado domingo (6 de octubre de 1991), el hermano mayor de la hermandad de Nuestro Padre Jesús Nazareno, Felipe Calderón, nos daba cuenta del hallazgo de un documento en el interior de la imagen titular de su cofradía, en el que se hacía constar el nombre del autor de dicha escultura. Se nos informó del texto del documento hallado en una reunión a la que asistieron el consiliario de la misma, Marcelino Priego Borrallo, el restaurador Miguel Ángel Pérez y la esposa de éste, la historiadora María Jesús Jáuregui, junto a varios representantes de la junta de gobierno: el alférez Demetrio López Tarifa, el secretario Antonio Calero Fernández, el mayordomo José María Casado Aranda y el historiador Manuel Horcas”.

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